El miércoles por la tarde mi hijo mediano de 5 años me montó una pataleta de cuidado en medio de la calle. 5 años, casi 6, sí y me la lió. Hoy os quiero hablar de cómo gestioné ese momento pues seguro que muchas os sentíis en esta misma situación. Mi madre me ha alentado a que escriba sobre ello y lo comparta con todos vosotros, así que ahí va mi experiencia de madre desbordada:

Era un miércoles por la tarde y fui a recoger a mis hijos al cole un poco antes de lo habitual. El Mediano empezaba una nueva actividad por las tardes en Barcelona de la que ya os hablaré más adelante porque es súper interesante, por cierto. El caso es que debería haberles ido a buscar una media hora, 40 minutos antes, pero calculé mal el tiempo. Al vivir en las afueras, bajar a la ciudad es una especia de odisea, sobre todo si es hora punta con cuatro criaturas en coche. Pero ahí iba yo toda animosa y ¿ por qué me lío tanto?, os preguntaréis. ¿Qué no hay lo mismo en Sant Cugat? (dónde vivimos). Pues yo creo que no, pero aunque lo hubiera, si hay algo que veo que puede ser muy beneficioso para cualquiera de mis hijos, soy capaz de recorrerme lo que haga falta y hacer las mayores locuras posibles.

El caso es que yo bajé con mi móvil nuevo sin el GPS descargado, pero valiente yo confiada en que sabría llegar al puro centro de la ciudad condal y lo conseguí, no creáis. ¿Qué pasó? que yo estaba en la puerta de la calle Balmes a las 5,30 con mi coche cuando la actividad empezaba a esa misma hora y tenía que aparcar todavía… a veces tengo suerte y encuentro sitio pronto, si no, mis hijos empiezan a rezar: «Virgen del aparcamiento, Virgen del aparcamiento» y suele funcionar. Me encanta que hagan las mismas cosas que hacía yo de pequeña cuando mi tía abuela nos iba a buscar el cole…

El caso es que empecé a dar vueltas y vueltas y más vueltas por Plaza Cataluña, Universidad y nada..así que dije,¡ a freír espárragos! lo meto en un parquing y sanseacabó. No me gusta tener que hacerlo, pero esto para mí era una de esas situaciones en las que era vital. No me gusta porque me cobran muchísimo, pero sobre todo porque me dan como mucho agobio porque el aparcar digamos que no es una de mis fortalezas. De sólo pensar en meterme en el subsuelo y empezar a buscar puntos verdes que me indiquen dónde aparcar y verme con tan sólo unos centímetros para meter mi coche me estreso cantidad. Creo que mis hijos lo saben y si no, lo deben notar porque me pongo tensa. Intento parecer cool y tal, pero lo cierto es que no me gusta nada. Lo voy superando, no creáis, pero me cuesta horrores.

Cuando por fin aparcamos y salimos a la calle, no sabía ni dónde estaba, os lo prometo. Entonces giré la cabeza un par de veces y lo comprendí: estaba en Paseo de Gracia y estaba oscureciendo. ¡Yupi!, pensé irónicamente, súper plan para ir andando con los 4 corriendo por la calle. El caso es que llegamos 20 minutos tarde a nuestra cita, aunque la verdad podría haber sido mucho más. Podría haberme rendido al ver que llegaba tan tarde y la duración de la actividad que iba era de una hora, pero yo soy muy testaruda y si había llegado hasta allí con los 4, era para quedarme, así que mientras les di a cada niño un taco de galletas porque ya no podían más de hambre, fui a paso ligero con carrito y los peques. Llamé al timbre y El Mediano subió a su actividad. La persona que me esperaba debió pensar que era una dejada o maleducada, pero creo que no se imaginaba mi odisea para llegar ahí, aún siendo muy tarde.

Mientras, me fui con los niños a un bar. Sí, podía haber ido a un parque, pero por ahí no había ninguno o, al menos, que yo conociera. Podía haberme ido de compras. Pues no, lo intenté el último día, masoca que es una y el tema de trastear y llegar incluso a probarse algo de ropa con 3 criaturas pegadas a la falda pues hombre, gracioso le parecerá al de fuera, pero yo acabé pelín estresada. Así que me dije que aunque me gastara en hacer una segunda merienda, me quedaría sentadita en una cafetería con los 3 que bastante frío hacía. Entré en el bar de la esquina, no me quise complicar dando vueltas, la verdad. Glamuroso, lo que se dice glamuroso no era. Uséase, el típico bareto que venden hamburguesas y perritos calientes con cerveza. Entré dentro y no había un alma. Aunque estaba limpio olía muy mal, os aseguro. Mal nivel cañerías, sudor humano, huevo podrido mezclado con restos de cerveza, no sé…llamadme exagerada…

Una que es muy fina y nació en el barrio de Salamanca de Madrid (de ahí me vienen mis aires de reinona, supongo), entró muy cortés preguntando si hacían suizos. Creo que el hombre se debió de partir de risa para sus adentros. Nos conformamos con unos donuts para los niños y un cacaolat y yo un vaso de leche caliente. Aguanté allí 40 minutos. No sé cómo. El Mayor empeñado en toquetear las máquinas tragaperras con sus luces atrayentes y dibujos horrendo de zombies que parecía que le hacían mucha gracia. Tengo que confesaros que me dan mucho asco esas máquinas. Manías que me debió inculcar mi madre, supongo, como lo de no beber de las fuentes públicas porque «ahí chupan los perros». No fue tarea fácil convencerles al Mayor y La Menor para que dejaran de aporrear semejantes teclas hediundas. Saqué toallita y les limpié lo mejor que pude mientras aprovechaba los restos para limpiar los churretones del Cuarto lleno de su yogolino. En cuanto fue la hora, me fui de buen agrado, aunque creo que al dueño del bar le debió hasta enternecer nuestra estampa, no me preguntéis por qué…

Cuando fui a recoger al Mediano, el Mayor, al que le gusta eso de chinchar, le dijo con el típico tonito de hermano mayor que reconozco haber usado muchas veces con mis seis hermanos menores: «hemos comido un donut». El Mediano abrió los ojos mucho, frunció el ceño, apretó los labios con fuerzas y estalló la furia. Yo me quedé perpleja: ¿pero qué leches le había pasado ahora? Se fue al portal de al lado, se agarró al pomo gritando y llorando sobre la enorme injusticia de que sus hermanos SIEMPRE hacían cosas chulas como comer donuts mientras él «trabajaba». Yo le recordé que él no estaba trabajando,sino al revés, pasándoselo muy bien mientras sus dos hermanos suspiraban por hacer lo que él había hecho. «Todos queremos lo que no tenemos«, le dije muy sabia yo. Pero nada, oye, que estas palabras no parecieron convencer a un niño de 5 años en pleno estallido de rabieta.

Hacía mucho frío, estábamos en medio de una estrecha calle, pasó un mendigo extranjero y me preguntó que dónde estaba Plaza Cataluña y le indiqué mientras me asía el carro del Cuarto hacía mí por temor a que me lo robaran o algo, yo qué sé. Mientras el Mediano seguía chillando y montándome el espectáculo. El es muy así, quiero decir que no me extrañaba pues es su carácter: un niño cariñoso, apasionado y con mucho genio que saca a relucir sobre todo cuando se cometen lo que para él son injusticias. Que dos de sus hermanos se hubieran comido un donut lo era. Porque le encantan. Y él mientras trabajando…claro, imaginaros en su mente de 5 años qué gran injusticia.

Luego empezó a farfullar no sé de que en la clase dónde había estado un niño le había pegado o abucheado o algo y que se habían unido varios en su contra para nada menos que ¡matarle! ¡Alucina!  5 años y ya veía complots dónde seguramente no los había…madre mía. Respiré hondo e intenté consolarle. Al ver el numerito salió la persona que había estado con él y me explicó que efectivamente había habido «conflicto». Muy caro me está saliendo a mí ese «conflicto», pensé yo mientras recordaba rápidamente todo lo que había pasado hasta llegar allí. Muy cariñoso él, le cogió en brazos ( y eso que ya es «mayor») y le estuvo calmando. Al contarle yo lo del donut dichoso que debía ser la guinda del pastel para él tras el intento de asesinato premeditado, le dijo que no se preocupara, que seguro yo le hacía una cena rica al llegar a casa. «Es que mi mamá siempre me hace cenas que no me gustan», estalló el otro en un sollozo aún mayor, si cabe. Mi cara era un poema pensando en el bacalao que les esperaba en casa para cenar.

¿A ver, qué hay de cena, mamá?, me preguntó luego de nuevo en el portal de al lado cuando le soltó su amable amigo. «¿Pescadito?» , dije yo con miedo a que estallara el Angry Bird  que lleva dentro de nuevo. Y así fue…vuelta a los gritos, patadas, llantos…respiré de nuevo. Intenté que se soltara del pomo y le abracé. Me dí cuenta de que no necesitaba mis razonamientos adultos, que le daban igual. Había sido una tarde difícil para él y necesitaba expresarlo así, con rabia, llorando y gritando. Estuve seriamente tentada a comprarle un donut, pero no quise hacerlo. Imaginé mentalmente el follón de volver a entrar en el bar de mala muerte y me negué.

¿Quieres que acompañemos el bacalao de tu plato preferido?, le pregunté muy esperanzada. Me miró sonriente:» sí…con chuches!!!» ,me dijo ni corto ni perezoso. ¡Bendita ingenuidad! «Pero, cariño, las chuches no son comida» ( es la frase que siempre les repito por activa y por pasiva), agregué. Calibré en un mili segundo el cómo gestionar este conflicto. «¿Y qué tal si hago el bacalao en salsa de chupachup?», le propuse muy ingeniosa yo. «Vale», asintió convencido. Y me volvió abrazar largo y tendido. Y noté ese cuerpecito pequeñito ya convertido en el de un robusto niño de casi 6 años que salió de mí con tanto esfuerzo por su gran tamaño y vino llorando al mundo, tal y como sus continuos berrinches. Escribo esto y me emociono, la verdad, porque el Mediano me ha dado muchísimos disgustos, ha sido un niño de una altísima demanda desde que nació y cada día de su vida es un logro para mí pues me pone a prueba mi carácter antaño apacible y tranquilo, ahora ya soy una madre loca más.

Con el Mediano ya por fin calmado y yo pensando en la que me iban a clavar en el párquing, nos fuimos. Pasamos entonces por una gran juguetería y yo, tonta de mí, me entretuve con el escaparate porque me gusta casi más que a ellos y en un arrojo de valentía-masoquismo les dije: «¡ entremos!». No sé por qué se me ocurren estas locuras de vez en cuando… lo que yo no sabía entonces es que, tras empezar a toquetearlo todo, el Mediano me dijo la frase que todos los padres tememos: «mamá, me estoy haciendo caca«. ¿ Qué más puede pasarnos hoy?, me reí ya para mis adentros. Llega un momento que no tienes tiempo de lamentarte ni llorar ni darte mijita de pena, reaccionas y punto.

Pregunté a la encargada de la tienda si había un lavabo y gracias a Dios lo había. No quiero imaginarme que hubiera sido sino de mí. El problema es que cuando el Mediano hace sus necesidades se toma todo el tiempo del mundo y con eso os quiero decir la friolera de entre 15-30 minutos tranquilamente. Sonreí, le acompañé adentro y le dije: «Ale, cariño, date prisita, amor». «Mamá, quiero que te quedes aquí conmigo», me susurró tímidamente, «dame la manita». ¿¿¿ La mani qué??, me pregunté para mis adentros muerta matá. «Hijo, tus hermanos están ahí afuera tocando todos los juguetes de la tienda…» Me asomé rápidamente y así fue: El Mayor subido a un 4 x 4 enorme de juguete, la Menor con un puesto de cocinitas y el Cuarto me miraba como un bendito agazapado en su carrito mirándome con esos ojitos grandes y redondos como botones.

De repente el Mayor se rebeló y dijo: «mamá y ¿ por qué te tenemos que hacer siempre caso?» Yo le miré incrédula. Ahora el Mayor, el «buenecito», no, por favor…en cuanto consigo que un hijo conflictivo esté bien, se me rebela otro. No, por favor, me dije… Creo que pude haber soltado un «porque sí, porque soy tu madre». No me siento muy orgullosa de esa respuesta y sé que merece que otro día lo hablemos tranquilamente, pero no era el momento adecuado para tener esa conversación.

Volví con el Mediano que estaba acabando de hacer sus necesidades «mayores» e intenté respirar por la boca y me aguanté yo también mis ganas repentinas de ir al baño. «Anda, riquinín, date prisa, por favor, que tu madre también necesita ahora el lavabo». «Si quieres, mamá, haz tú pipi ahora y luego sigo yo», me dijo muy mono. Y le hice caso. Momentos surrealistas dónde los haya…En fin, luego acabó al cabo de un rato y me fui de la tienda con una gran sonrisa agradeciendo a la encargada el uso de su baño y jurándome a mí misma no volver nunca.

Cuando llegamos al coche llegó el momento de rebelión del Cuarto. Claro, el que me faltaba. Que no os penséis que es tan buenecito. El también tiene sus momentos. Desde bien pequeñito hay veces que se le atragantan los viajes en coche y le entiendo. Tiene hambre, sueño, se agobia en la sillita del coche y ve que sus necesidades no pueden ser atendidas durante lo que para él debe de ser una eternidad. Se pasó todo el camino de BCN a casa a grito pelado. Estoy acostumbrada a ello, pero me sigue poniendo hiper nerviosa, aunque logro hacer un gran esfuerzo y seguir conduciendo a pesar de ello. Pero el tema de las rabietas en niños tan pequeños lo trataré otro día más tranquilamente que esa es otra historia y por hoy ya os he contado bastante.

Lo que os puedo decir es que la resolución de conflictos pasa por empatizar con el niño, ponerte en su situación, mostrarle con palabras que le entiendes y lo siente, abrazarle y darle una solución que, aunque no sea la que él quiere, os pueda servir a los dos. Esa es más o menos la teoría, pero para practicarla con éxito eso requiere muuuuchas rabietas. Animo con las vuestras. ¿ Cómo gestionáis vosotros esos momentos difíciles? Me interesa mucho vuestra opinión.

 

María

3 Comments on ¿Cómo gestionar rabietas en niños de 5 años?

  1. Inma (homoprimerizus)
    14 enero, 2017 at 4:18 pm (7 años ago)

    Madre mía. Confieso que me ha dado la risa en un par de momentos leyendo pero me pongo en tu lugar y comprendo perfectamente tu estado de nervios. Mi niño está ya empezando a tener rabietas, un poco pronto para mi gusto pues tiene 16 meses y empezó hace ya un par. No se puede razonar ¿para qué? De momento aguanto estoica pero nerviosa y sudorosa si es en público, lo cojo en brazos y me voy. Ayer me montó una en casa por no dejarle darse cabezazos contra el marco de la puerta…¿alguien me lo explica? Y sé que esto es sólo el comienzo…armémonos de paciencia!

  2. Clara
    17 enero, 2017 at 1:31 pm (7 años ago)

    A veces son de mas ayuda estos posts como el tuyo, que son experiencias reales, que otros mas teóricos, porque lo complicado del tema es controlar los nervios y tener sangre fria para no perder la paciencia…Yo tambien tengo 4 peques y cosas como las que explicas, pasan, con todos los detalles!Y escuchar como lo viven madres en situaciones parecidas es incluso como una terapia, jeje. Gracias!

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